Volvía de participar en un congreso internacional de historia aeronáutica en Uruguay allá por 1997. Subí al Fokker 100 de TAM-Mercosur, y pronto me ubiqué en el asiento que me correspondía, en la sección de tres asientos, en la ventanilla. Disfrutaba de aquellos momentos pre-vuelo pensando en los pasajeros que se estaban subiendo y sobre quienes me tocarían como compañeros de asiento. En pocos minutos, una ancianita de unos ochenta y largos se sienta en el asiento del pasillo, no sin antes comentarme que se encontraba un poco nerviosa, ya que no le gustaba mucho volar. Yo traté de tranquilizarla diciéndole que hoy en día los vuelos son muy seguros y de que era más probable tener un accidente en tierra que en el aire. Estábamos hablando cuando un muchacho joven se sentó entre nosotros, quien también se integró a la conversación.
Una vez que subieron todos los pasajeros, las auxiliares de vuelo realizaron la rutinaria demostración de los procedimientos de emergencia, mientras carreteábamos. “Tripulación, a sus puestos, listos para despegar”...., se oyó la voz del comandante. Iniciamos la carrera de despegue, el cual fue suave, mientras yo disfrutaba del paisaje. La ancianita seguía algo tensa, pero cuando llegamos a la altura de crucero, se distendió un poco más y se puso a leer. Yo mientras tanto entablé conversación con el otro pasajero sentado a mi lado. Hablamos de lo que habíamos hecho en Montevideo y de nuestras ocupaciones en Asunción. Se mostró sorprendido por mi pasión por la aviación y me preguntó el porqué no me había hecho piloto. Yo me imagino que la ancianita habrá estado escuchando algo, ya que por lo que relataré a continuación, habrá pensado que yo era piloto. Luego de unos minutos de vuelo, se sirvió el almuerzo, al término del cual, todos experimentamos algo de turbulencia, la que no podía ser más inoportuna. La abuelita estaba de color verde y tanto el otro pasajero como yo, tratábamos de hacerle pasar el tiempo de manera agradable contándole cosas y preguntándole otras. Estábamos enfrascados en nuestra conversación cuando una de las auxiliares de vuelo se acercó y me dijo: ...”Sr. Sapienza, el Comandante lo espera en la cabina”...; Mi rostro habrá traslucido una amplia sonrisa y por contados segundos mientras me levantaba de mi asiento, vi la cara de envidia de mi compañero de asiento, mientras que la ancianita seguía con rostro de preocupación.
Una vez en la cabina, tanto el Comandante como el copiloto me saludaron y me dijeron que habían leído artículos míos en varias revistas de aviación, invitándome a permanecer en la cabina hasta después del aterrizaje. Accedí con sumo placer. Minutos después, cesó la turbulencia y luego de unos 60 minutos, aterrizamos normal y suavemente en el Aeropuerto Internacional de Asunción. El Fokker 100 se estacionó en una de las mangas del Espigón Internacional del Aeropuerto; Me despedí de mis anfitriones, agradeciéndoles esa experiencia inolvidable, pasando luego a la cabina de pasajeros para retirar mi bolsón de mano. Mi compañero de asiento ya había descendido, pero no así la ancianita, que esperaba que todos lo hicieran para bajar con más comodidad. Cuando me vio, su comentario me dejó perplejo:
...”Joven, que bien que aterrizó Ud. Apenas fue para la cabina, la turbulencia cesó y tuvimos un vuelo sumamente agradable”..., a lo que respondí:
...”¿Le gustó señora cómo aterricé?. Es que la situación estaba dura y los pilotos me hicieron llamar para hacerme cargo de la aeronave”... Pero inmediatamente me dio un cargo de conciencia y sin esperar que me respondiera, agregué: ...”No, señora, no soy piloto; El Comandante me conocía y me invitó simplemente a visitar la cabina”...
...”Aaahhh, y yo que pensé que Ud. era un experto piloto. Bueno, de todas maneras, ya estoy en Paraguay y gracias a Dios ya pasó todo. Un placer, mi hijo”...alejándose por la manga ante las risitas de las auxiliares de abordo que habían escuchado toda la conversación.
(*) Historiador Aeronáutico
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