Desde la caída del gobierno de Stroessner, se puede decir sin lugar a dudas que las puertas de la Fuerza Aérea Paraguaya se abrieron para los civiles. Primero, fuimos los maquetistas los que tuvimos acceso tanto a las Bases Aéreas de Ñu-Guazú y Silvio Pettirossi, ésta última, sede del Grupo Aerotáctico. Obviamente, siempre había que tener algún oficial conocido, que mediante la venia de su Comandante directo, nos autorizaba permanecer en el lugar, y por sobre todo, a sacar fotos. Se hicieron frecuentes mis visitas a casi todos los Grupos Aéreos, no solamente por el tema del maquetismo estático (llegamos a realizar muchas exposiciones de maquetas en la FAP), sino también por la investigación histórica. La corresponsalía de varias revistas extranjeras, especializadas en temas aeronáuticos me abrió muchas puertas, pudiendo entrevistar a numerosos Comandantes de Grupos y hasta al propio Comandante de la FAP. La gran mayoría de los oficiales tenían conocimiento de mis recopilaciones y normalmente colaboraban sin ningún tipo de reparos.
El 22 de Noviembre de 1994, recuerdo bien la fecha por lo que contaré a continuación, y además ocurrió exactamente un mes antes del nacimiento de mi hijo mayor Giovanni, me dirigí a la sede del Grupo Aerotáctico (GAT) de la Fuerza Aérea, cuyo local fue alguna vez la vieja terminal de pasajeros del Aeropuerto Internacional de Asunción. La idea era visitar a algunos amigos oficiales y sacar algunas fotos de los Xavantes(1), Tucanos(2) y AT-33(3), y “de paso”, los C-47(4), C-212(5), Twin Otter(6) y el 707(7) FAP-01, que estaban en las inmediaciones. Al llegar, me encontré con un viejo amigo, el entonces Mayor DEM Rolando Lanik, que también había sido piloto de Líneas Aéreas Paraguayas (LAP). Le manifesté mi interés en sacar algunas fotos, a lo que accedió sin problemas. Me comentó que esa mañana, volarían tres Xavantes y un AT-33, éste último remolcando un blanco, con el que se haría práctica de tiro aéreo. Me imagino que Lanik habrá leído mis pensamientos e inmediatamente se desarrolló el siguiente diálogo:
-...”¿No te gustaría volar con nosotros?
-...”Pero por supuesto; Jamás volé en un jet de combate”...
-...”Voy a hablar con el Comandante del Grupo ahora. Espérame aquí”...
Minutos después, regresa de la oficina del Comandante con el dedo pulgar hacia arriba, indicándome que lo primero es participar de una reunión de briefing. En dicha reunión, se definió la misión a llevar a cabo. Mientras que se discutían los detalles técnicos, Lanik me llevó a la sala de los trajes anti-G, y un suboficial me ayudó a colocármelo. Luego, me dio un casco de vuelo con su correspondiente máscara de oxígeno y me empapó con todos los procedimientos de emergencia, especialmente lo relacionado a la eyección. Luego, con una sonrisa picarona, sacó una bolsita de plástico (que tenía el logo de LAP) y me la pasó, diciéndome que era también para “una emergencia”. Para no quedar como un inexperto, me acuerdo que le comenté que no creía necesitarla, ya que aquel día había desayunado muy liviano, a lo que me contestó: ....”Lléveselo nomás; nunca está demás”...; Sabia decisión.
Luego, mientras que los demás pilotos se preparaban, el suboficial me llevó hasta uno de los Xavantes; Mientras caminaba, el sonido de la banda sonora de la película “Top Gun” sonaba en mi cabeza; Me creía todo un “Maverick” y realmente no me imaginaba lo mal que pasaría mi estómago más tarde. Para eternizar ese momento sublime, le pedí al suboficial que me sacara algunas fotos con mi cámara, la cual sería mi compañera inseparable ese día. Fotos van, fotos vienen y al cabo de algunos minutos, todas las tripulaciones treparon a los aviones. El AT-33, piloteado por mi amigo el Mayor Lanik despegó primero, pues iba a remolcar el blanco. Mientras me ubicaba en mi asiento, el suboficial me explicó “in situ” nuevamente el procedimiento de eyección, el sistema de comunicaciones y que bajo ningún motivo debería tocar los instrumentos o la palanca de mando. Me conectó el traje anti-G al sistema hidráulico y me pidió que pruebe la máscara de oxígeno. Todo OK.
No podía creer lo que me estaba sucediendo; mi alegría era desbordante, pero en el fondo pensaba que si algo salía mal, no contaría el cuento. La poderosa turbina Viper del Xavante cobró vida; el piloto, el entonces Capitán Díaz, cerró el plexiglás de la cabina y a la señal del suboficial, empezamos a carretear; Lentamente nos dirigimos a la cabecera norte de la pista 02/20 y aguardamos la autorización de la torre. ...”FAP 1004, autorizado a despegar”...se escuchó en los auriculares. El Cap. Díaz puso máxima potencia y hundiéndome en el asiento, el Xavante despegó majestuosamente. En contados segundos le siguieron los otros dos. En el aire, los tres Xavantes volaron en formación, lo que me permitió sacar varias fotos. Las tres aeronaves estaban armadas en aquella ocasión con los pods de ametralladoras. El vuelo fue suave y calmado por unos 20 o 25 minutos, disfrutando del paisaje y pinchándome de vez en cuando para ver si no estaba soñando. Luego, el líder de la formación en un corto y rápido mensaje dijo:
-...”Bandido a las 4; romper formación y al ataque”...
En segundos, vi como el líder rompía la formación y en una pronunciada picada se dirigió hacia el AT-33, seguido inmediatamente por el segundo Xavante. Apenas me pude preparar para nuestra primera maniobra de combate; sentía como mi traje anti-G se inflaba y desinflaba y empecé a experimentar ciertas fuerzas que jamás había sentido. Los tres Xavantes dispararon al blanco remolcado por el AT-33; Cuando ambos pods disparaban, la aeronave temblaba; la emoción era indescriptible. Salida rápida, ascenso y una nueva picada; Todo sucedía tan rápido que parecía una película en cámara rápida.
De tanto en tanto, el Cap. Díaz me preguntaba cómo me sentía. Al comienzo la emoción era tanta que no sentía absolutamente nada, pero luego de unos 30 minutos de violentas maniobras, las náuseas empezaron a aparecer. Me explicaron luego que ellos nunca vuelan con el estómago vacío, ya que produce náuseas. De hecho, la mayoría de ellos “desayunó” varias empanadas con cocido. Trataba de no prestar atención a mi pobre estómago, sacando fotos y haciendo preguntas técnicas al piloto. Volamos sobre el bello Lago Ypoá, con su famosa isla flotante. Al final, las náuseas se hicieron más fuertes y cuando nuevamente me preguntaron cómo me sentía, ya no pude disimular. El Cap. Díaz me dijo que no me preocupara, ya que el ejercicio había terminado y volveríamos a Asunción en minutos.
El vuelo de regreso fue suave y a pesar de estar pasando por una fabulosa experiencia, no veía la hora de posar mis pies sobre la tierra y recostarme en algún sofá para que las náuseas pasasen. Cerca de nuestro objetivo, escuché que la torre de control indicaba a los pilotos mantenerse sobre la vertical del Lago Ypacaraí, dado el tráfico. El vuelo se prolongaría unos minutos más. Luego, se procedió al aterrizaje, el cual fue sumamente suave. Mi honor estaba salvado, pues no había utilizado la famosa bolsita con el logo de LAP, aunque las náuseas me dejaron bastante maltrecho. Los suboficiales se dieron cuenta de mi lamentable estado y se reían abiertamente, pero los pilotos me consolaban diciéndome que a ellos les había sucedido exactamente igual, cuando recién empezaban a volar en los Xavantes. Me dirigí al vestuario, donde dejé el traje anti-G y el casco y me recosté un rato en la sala de pilotos hasta que la desagradable sensación estomacal cesó.
Me encontré con los demás pilotos y les di las gracias por el vuelo tan especial, y por sobre todo, porque había cumplido el sueño de volar en un jet de combate...
(*) Historiador Aeronáutico. Anécdota publicada en un artículo del autor en Revista Aérea Latinoamericana.
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