Yo había estudiado pilotaje en Pedro Juan Caballero. Realicé mis primeros vuelos con un viejo piloto, el Doctor Pereira. Un día, decidió salir de su puesto y me ofertó un empleo, pero previamente le dijo al dueño del avión:
...”Usted vuela muy mal y éste es un piloto nuevo al quien no le puede exigir mucho; Te lo voy a dar pero con la condición de que vuele de día y con tiempo bueno, porque no tiene casi experiencia”...
Un día, mi patrón me dijo:
...”Vamos a la Estancia Burití, cerca de Pinasco”....;
Allí fuimos en un Piper Lance(1) y realizó sus gestiones para luego volar hasta Concepción donde dormiríamos. Me acuerdo bien que le había dicho que era tarde para volar a Concepción, pues estaba cayendo la noche. Me dijo que no me preocupara ya que la ciudad quedaba a cinco minutos de vuelo. Salimos inmediatamente, confiando en lo que me había dicho. Pasaron siete minutos y ya estaba totalmente oscuro; No se veía nada y para colmo, entramos en un temporal con fuertes lluvias. Tampoco estaba muy seguro donde quedaba el Aeropuerto de Concepción; Sólo tenía una vaga referencia que estaba antes de llegar a la ciudad. Desesperadamente, empecé a buscarlo durante más de 40 minutos; En medio de la lluvia torrencial, lo único que alcanzaba a divisar eran las luces de los autos. En el entrenamiento de vuelo para aterrizajes nocturnos de emergencia, nuestro instructor nos decía que teníamos que ubicar dos autos que están juntos , uno enfrente del otro, de que esa era la señal para llegar a la pista. Me pareció divisar los vehículos y hice un vuelo rasante, pero al parecer me estaba aproximando al Río Paraguay, así que inmediatamente gané altura y pegué otra vuelta. Por fin encontré la pista y me dispuse a aterrizar, pero fuertes vientos me impedían hacer una aproximación normal, por lo que volví a subir. Decidí esta vez intentar una aproximación por la cabecera norte y pude entrar sin inconvenientes. Las luces de uno de los autos que estaba allí para ayudarme a aterrizar me encandilaron cuando ya estaba rodando en la pista, por lo que comencé a frenar; el tren izquierdo había salido de la pista y estaba rodando sobre un pedregullo; el Lancer salió de la pista, quebrándose el tren izquierdo y segundos después el tren de nariz, hasta finalmente detenerse en el barro. En ese momento no me había asustado, pero al día siguiente, cuando comentaba las maniobras que había hecho para tratar de encontrar el aeropuerto, los lugareños me dijeron que efectivamente en la primera aproximación casi había acuatizado en el Río Paraguay y que por pocos metros no me estrellé en el agua. Realmente nos habíamos salvado por un milagro...
(*) Piloto Aviador Civil.
Anécdota publicada originalmente en el Diario Noticias en su edición del domingo 24 de mayo de 1992.
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